martes, 28 de julio de 2009

"La verdad más dolorosa" - Rubén Damore


Pleno invierno en Buenos Aires. Semáforo en Avenida 9 de Julio. Discutíamos con mi mujer porque llegábamos tarde a la función de teatro. Un pibe de unos trece años hacía malabarismo con tres viejas clavas. No le prestamos atención. Cuando golpeó el vidrio del auto me sobresalté y sorprendido le dije que no tenía monedas y que se fuera… El pequeño me miró con sus ojitos lastimeros, no era una mirada más, había cierta inocencia que se estaba perdiendo.
Cuando el semáforo cambió arranqué e instintivamente miramos a la derecha. En la plazoleta contigua, un niño más pequeño se acurrucaba debajo de un árbol cubriéndose la cabeza con unos cartones raídos. No dejaba de mirar al otro que esperaba al siguiente cambio de luz contando las monedas recolectadas.
Seguimos el viaje silenciosamente. El próximo semáforo que nos detuvo, mi esposa y yo nos miramos y ambos teníamos los ojos humedecidos.
-Esto no puede ser así, dijo ella, -es injusto y lo trataste tan mal… tenemos que volver…
-Pero el teatro… las entradas…
Fijó la mirada al frente del tránsito y sin mirarme me dijo –Volvé ya!
Pegamos la vuelta. Nos detuvimos justo en el cordón donde, a unos metros, ese pequeño permanecía sentado. Nos acercamos al mayor. Con cara de desconfianza nos preguntó que queríamos, que necesitábamos. Se notaba detrás de la mugre que teñía su rostro, un par de ojos verdes que traslucían tristeza y angustia. Solo le dijimos que pretendíamos ayudarlos, ver que les pasaba. Con el ceño fruncido y desgano, nos dijo:
-Hago esto que me enseñó mi viejo cuando tenía ocho y gano unos pesos con la generosidad de algunos y la pena de otros… y todo sea por el Luisito, señalando al pequeño que no dejaba de mirarnos con temor, -que no le falte algo calentito para la panza. A veces lo logro... a veces no…
-Papi… mami…? Donde duermen…? Pregunté presintiendo la respuesta.
-Ya no están… no los vimos más, dormimos allá ¿ves? dijo señalando una estación de servicio cercana.
-Vamos, les dije sin más. Los invitamos a comer en aquella pizzería así charlamos tranquilos.
Desolados, escuchamos su relato conmovedor y cruel como la avidez con la que engullieron en minutos esa grande de muzzarella. En la Shell de la esquina los dejaban ir al baño y cada tanto pegarse una ducha; una panadería les regalaba alguna factura o pan sobrante… y así pasaban sus días.
Juan, así el nombre del malabarista, había ido a la escuela hasta quinto en Barracas pero Luisito no. Entonces le enseñaba algunas letras y números de lo poco que él había aprendido.
Cuando terminaron de deglutir sabrosamente su flan con el guiño del mozo que los conocía y a veces les acercaba algunas sobras, nos despedimos con un beso pegoteado de sonrisas y felicidad.
Desde esa noche tan diferente a lo previsto, una llave abrió una nueva puerta en nuestros corazones. ¿Qué hacer por ellos? ¿Dónde recurrir? ¿Qué puerta tocar? Mientras tanto, día por medio nos acercábamos con comida, ropa, libritos. En unas semanas una asistente social nos prometió ayuda y luego de tres meses estas almas marginadas fueron ubicadas en un albergue donde poder dormir y recibir educación básica para pelearle a la vida de una forma más equitativa…
Aún seguimos visitándolos y viéndolos crecer sabiendo que fue lo mejor que pudimos hacer por ellos. Hoy retumba aquella frase que dice “Unos cierran las ventanas, otros bajan las persianas, pero duele como un golpe en la pared…”

Dedicado a los pibes que soportan frío, hostilidad e indiferencia a cambio de unas monedas. Tema musical "Los chicos de la calle", interpretado por Julia Zenko.

1 comentario:

Claudia Gomez Córdoba dijo...

Excelente texto!!! Conmovedor como pocos y muy realista. Realmente muy buena tu pluma y cada martes esperamos ansiosos que llegue tu bloque. Adelante Rubén!!!