miércoles, 5 de agosto de 2009

“Afectos especiales” - Ruben Damore



Jorge Felicetti llegó a su casa luego de un día lleno de problemas, su jefe que se la tenía jurada hacía rato, lo tuvo a maltraer.

Él guardaba para sí toda su angustia y su bronca por el solo hecho de mantener su puesto laboral, no quería formar parte del porcentaje mentiroso de desocupación del que se jactaba pronunciar cada gobierno de turno, quería brindarle la educación más completa a su hija, mantener feliz a su mujer, alejarlas de sus problemas. Por esto él tragaba todo su dolor.

Debía aguantar. Afuera no había posibilidades para cambios. Para Jorge trabajar era sinónimo de dignidad, respeto por sus ideales. Fue criado bajo la cultura del trabajo, esa que le transmitieron sus padres, sus abuelos. De ellos heredó el sacrificio, la solidaridad, la sumisión y la vocación de servicio por el otro. Sabía bien que debía conservar aquel lugar dentro de la sociedad, pero la realidad lo enfrentaba con aquel jefe en la oficina.

Como Marta no había vuelto aún y su hija estaba en inglés, el silencio de su habitación y su cansancio lo sumieron en un plácido sueño. En segundos, su alma se elevó. Todo pareció un film antiguo, revivió aquel lejano domingo con la pelota de cuero con que su padre lo sorprendió.

Recuerda la promesa de compartirla con sus amigos en el campito del barrio. Luego el abuelo Juan la infló mojando el pico del inflador y bombeó el aire hacia la cámara con toda la fuerza que su corazón le permitió y hasta pudo recordar el aroma que se colaba en ese momento por la ventana de la cocina, donde su madre cocinaba la salsa para los ravioles…

Despertó. El brillo en sus ojos reflejaba la ternura de aquellos tiempos. Salió apurado para el cuarto del fondo, donde se apilaban junto a cosas inservibles, sus recuerdos infantiles guardados en un cajón de madera inmenso. Arrimó la escalera y bajó el armatoste. Dentro descubrió un carrito de rulemanes, aquel que marcó para siempre la vereda, parte del armazón de un barrilete , autos matchbox y en el fondo, apareció aquella pelota desinflada, con algunos gajos descosidos. La tomó y la apretó contra su pecho. Sintió una energía indescriptible. Guardó todo apurado y subió el viejo cajón. Enjugó sus lágrimas saladas, mezcla de melancolía, de ternura y de alegría. Necesitaba de esa inyección, de esa energía dormida que le sacudiera la modorra.




Sabía que el próximo día lo encararía diferente. Disfrutaría más los momentos importantes de su hija, el amor de los labios de su esposa, dejaría que el sol de agosto le calentase el rostro. Caminó hacia el modular y encendió la vela que custodiaba aquella vieja fotografía familiar, la acercó y le estampó un beso profundo.

Dedicado a los seres que conservan su sensibilidad. Tema musical "Afectos especiales", autor y compositor: Ignacio Copani.

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