miércoles, 1 de abril de 2009

“Dos atorrantes” -Rubén Damore


Soy Antonio. Tengo casi 60 y acabo de comprar una nueva computadora. Empecé a desentrañarla de a poquito y me empezó a gustar eso de husmear en Internet.
¡Me di cuenta que podía mandarle un mail a mi señora, a mis hijos y mis nietos!. ¡Ellos podían llegar a leer lo que escribía! Mandaba mensajes, postales y presentaciones. Asimismo comencé a recibir de otras personas. Era hermoso el ida y vuelta. Y un día descubrí esa página donde se juntan muchos internautas, de la que tanto hablaban en la tele.
Entre mi mujer y mis hijos trataron de persuadirme pero no les dí bola a ninguno y me mandé. Me metí en esa página y armé una búsqueda de todos aquellos que hubieran jugado a la pelota en el club ‘La Amistad’, de la calle 41, entre 2 y 3, entre los años 1971 y 1979, en mi barrio, allá en La Plata. Hace unos años intenté hacerlo por teléfono pero me había resultado imposible porque las casas originales, la de los viejos, ya no existían más o se habían mudado y ya nadie sabía nada de ellos.
Increíblemente, en 2 días junté 9 viejos amigos. Nos escribimos por mail y comenzamos a juntar los 4 o 5 que nos faltaban.
-Yo me encargo de Pachorra… me escribió Melena y éste seguro engancha al resto.
A los 4 días ya estábamos todos. Una fría pantalla de cuarzo líquido nos unía por un teclado y un montón de recuerdos que nos brotaban de los ojos y de los dedos… Pero no podíamos quedarnos en esto solamente. En el muro de la página web puse:
-“Muchachos los convoco el sábado 28 de marzo, a las diez y media a encontrarnos en el club, como en las viejas épocas: con pantalones cortos, medias y zapatillas. Yo me encargo que el Uruguayo nos prepare el asado y nos reserve la cancha. Jugamos una horita y después tiramos sobre la mesa viejas anécdotas, viejos tiempos. Escriban todos los que se prenden. También me encargo de las camisetas. Antonio”.
El Gordo enseguida fue ubicado por Melena. Estábamos todos y faltaban quince días. ¡Éramos 13 ya! La adrenalina de esos días restantes fue tremenda. ¿Cómo estarán? ¿Cómo me verán? Los mails iban y venían con contenidos que iban de la melancolía a la alegría del reencuentro. Pero había descuidado un pequeño detalle… Aquella tarde de agosto de 1979 todo había terminado por una tremenda pelea entre el Gordo, fanático de Estudiantes y Lalo, de Gimnasia, ambos equipos de nuestra ciudad, La Plata. En nada coincidían y en nada se llevaban de acuerdo. Hasta que en un partido sin trascendencia, el Gordo lo partió a Lalo justo al momento de eludirlo e irse al gol que le daba el triunfo. Lalo, sin pereza, se levantó, ahí se armó y allí todo se terminó. No hubo más fútbol ni club. ¿Qué pasaría ahora?
Ese sábado amaneció nublado. La cancha era al aire libre. Rogaba que no lloviera. Llegué bien temprano, me calcé los pantalones, bien justos y cortos y las medias amarillas. El Uruguayo, mientras preparaba la carne, de reojo descubrió mis piernas “blanco teta” arriba y más oscuras debajo. Me preguntó si era el mellizo de Leopoldo Jacinto Luque… Mi Dios… Al rato fueron cayendo todos. Los abrazos se multiplicaron y los besos también. Terriblemente conmovedor fue ver al Gordo y a Lalo fundidos y apretándose los hombros…
Peor fue ver entrar a Jorge. Nada nos había dicho de esto en los mails, pero una enfermedad le había atacado la columna y ahora una silla de ruedas reemplazaban a la movilidad de sus piernas.
-No se hagan problemas, me traje un silbato, yo hago de juez… dijo en voz resignada.
El vestuario fue un jolgorio pero cuando distribuimos las camisetas se armó. Cuando al Gordo le pasamos la azul, éste la revoleó y dijo: -Yo juego con la del Pincha. Lalo no se quedó atrás y dijo: -Si éste no se pone la azul yo tampoco la roja, uso la del Lobo, que mierda.
Los ánimos empezaron a levantar temperatura. Salimos a la cancha y nos sacamos las fotos correspondientes: cinco azules y el Gordo con la albirroja y por el otro lado, cinco rojas y la blanca y azul de Lalo.
El partido fue para el olvido, verdaderamente… Nadie llegaba a los pases, nadie devolvía una pared, los arqueros parecían tener los ojos vendados y los goles iban y venían. Por supuesto hubo roces entre el Gordo y Lalo pero todo quedó ahí. A la hora Jorge pitó y finalizó el encuentro. La mezcla de transpiración, caras coloradas, canas y cabezas ya sin pelos se fundieron en el medio de la cancha. El Gordo levantó en andas a Jorge y todos lo rodeamos como si fuera un bebé recién nacido. Partimos a saborear el asado. Las palabras brotaban, se superponían en los labios, todos queríamos hablar sobre todo y sobre todos, de las anécdotas, del barrio, de aquellas novias, de los carnavales… tanto había para tirar a la mesa… que el griterío se apoderó del buffet del club. Las bandejas de vacío y asado no dejaban de venir. Cuando llegó la hora de los postres, extrañamente la mesa se pobló de tartas de crema.

Fue en eso cuando el Gordo recibió un panazo en el medio de la pelada. Cuando lo tomó entre sus manos preguntó quien había sido. Lalo, llorando de la risa, le dijo: -Gordo, va por la patada que me pusiste aquella vez… y ahí se armó. El Gordo agarró un sifón y cuando todos pensábamos que apuntaría a Lalo, éste tomó otro y entre los dos procedieron a bañarnos a cada uno de nosotros. Largaron los sifones y empezó la repartija de tartas al mejor estilo de los Tres Chiflados, iban de una cara a una espalda, de una cabeza a un trasero. El pobre Jorge terminó bañado en crema y soda pero feliz. Cuando las municiones se acabaron, lo que no se acabó más fue el ataque de risa y lo bien que la habían hecho estos dos atorrantes, ésos que abundan aún en los barrios y que nunca, pero nunca van a cambiar... por suerte.

Dedicado a todos los amigos de mi barrio, a aquellos que lo hicimos nacer y lo herimos de muerte cuando comenzamos a partir… Tema musical: "El baile de la gambeta", de la Bersuit Vergarabat.


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