jueves, 10 de septiembre de 2009

"Vivir en China" - La India



Entrevista a Mónica Melo por Pedro Pesatti


Mónica Melo tiene 40 años, es argentina, licenciada y profesora en Letras por la Universidad de Buenos Aires, de quien se declara eternamente agradecida. En 2005 ha publicado Versión de la Noche, Ediciones Extranjera a la Intemperie. Toca la guitarra y canta, pero sobre todo ama enseñar y escribir. Desde 2006 imparte clases de español en la Universidad Tongling, China, como parte de un programa del Centro Universitario de Idiomas de la UBA.-
Por primera vez, la UBA envía a China a una profesora de español
[Publicado en Clarín el 10/09/06]
Mónica Melo (40) sabe de Tongling lo que Google y su profesora de chino le contaron. A saber: que se trata de una humilde ciudad a 400 kilómetros de Shanghai, que amanece 12 horas antes que en Buenos Aires, que la llaman la ciudad del cobre y que su industria crece a buen ritmo (una prueba es que el Partido Comunista posee un edificio enorme. También que 200 alumnos universitarios la esperan impacientes para comenzar en octubre sus clases de español. Ella es la primera docente que envía la UBA al país del dragón rojo.


-¿Cómo es el lugar donde estás viviendo?
Tongling es un pequeño pueblo, un fragmento de "Macondo", pero donde nadie dice "Buen día", sino que el saludo se traduce como ¿comiste? -¿ni chi guo le ma?-, la manera de expresar el afecto entre los chinos de esta ciudad. Como su nombre en chino lo indica, Tongling gira al rededor del negocio del cobre y la única vida cultural que existe es la Universidad, que a veces abre cursos para el resto de la comunidad, todos pagos, entre ellos, un curso de español comunicativo que dicto cada cuatrimestre. Mis alumnos regulares son hijos de granjeros, la mayoría de familias con bajos recursos, pero dispuestos a aprender ya que saben que es la única posibilidad de acceder a algún tipo de trabajo fuera de las cocinas y la limpieza de habitaciones de hoteles.
-¿El español está muy difundido en China?
-En verdad todos estudian inglés y un segundo idioma extranjero que no eligen, sino que se lo imponen desde las autoridades de la Universidad. Algunos estudian ruso, otros japonés y otros, felices por la novedad, español.
-¿Cómo es vivir en China? Te formulo esta pregunta porque ha sido un país que en nuestro imaginario siempre fue, entre los espacios del otro, como el de la mayor otredad. Es una herencia cultural tan milenaria para los occidentales como tan milenaria es la cultura china.
-Vivir en China es apostar a lo diferente, es una cultura que no tiene un ápice de western way, sobre todo en este sur tan alejado de la vida de Shanghai, Honkong o Beijing.
Personalmente, lo que más me impactó es que no conocen nada acerca de nosotros y Latinoamérica. Uno de mis alumnos, sin una mueca de risa sino de curiosidad de aprendiz, me pregunto si teníamos la misma luna.
Me sorprende también, y muy profundamente, que millones de personas puedan vivir sin Dios, sin esperanzas más allá del Banco de China y que no puedan elegir siquiera qué desean estudiar. Es muy largo de contar, pero el sistema educativo selecciona mediante tests anuales y nacionales quiénes, dónde y cómo habrán de hacerlo. Otra cuestión insoslayable, que me conmueve en lo más hondo, es la "política de un solo hijo". Algunas familias -la mayoría en el lugar donde yo vivo- prefieran abortar a las niñas hasta que el médico declare mediante un examen ilegal, pero de práctica común, que el sexo del niño que esta viniendo es varón. "God is a girl" (Dios es una chica) es uno de los temas que más se baila en las discos, aunque del sentido real de la canción aún nadie se ha enterado. Una verdadera paradoja.
-Advierto que no hay coincidencias entre lo que imaginamos desde aquí sobre la forma de vida de ese pueblo y la realidad de su presente.
-Es imposible no sangrar por la realidad de millones de personas enloquecidas que en términos culturales, filosóficos, religiosos, carecen de la idea del futuro, de un sentido de trascendencia, de lo nuevo que puede venir, porque todo está tabulado y todo se repite. Viven sin espacios para la distracción y trabajando todo el día por lo que no ven pero desean. De la casa de los padres a la casa propia, del vientre materno al alma con el hijo propio, del dinero puesto en los ladrillos al Audi nuevo, que habrá que traer después, y finalmente la muerte, como una oscura maravilla que deja en el camino cosas sin tiempo para vivirlas y compartirlas. Por eso admito que resulta difícil vivir en esta ciudad, pero estoy acá porque creo, con toda mi vida, en la última línea de aquel libro de Italo Calvino, "Las ciudades invisibles": "En este mundo hay que buscar y saber reconocer quién y qué, en medio del infierno, no es infierno, y hacer que dure, y dejarle espacio". Yo sentí desde el primer día que estaba en el infierno, a veces parecido al de Pizarnik, a veces parecido a los círculos del Dante, pero siempre sin dioses, sin perdón, sin esperanza. Nos parecemos porque somos hermanos, y claro que lo somos, pero no en mucho más.
-¿A qué diferencias te referís?
-Ellos tienen un concepto de armonía negativa que se aleja de nuestra forma vital, no abren polémicas jamás, menos en el aula, con tal de que no sobrevenga el conflicto. No es la armonía que crea, discute y crece en contraposición de ideas, sino todo lo contrario: es el regodeo en la permanencia, en la copia, en el mismo estado de cosas. China cambia la fachada, los edificios crecen y se multiplican tras el suelo de las Olimpíadas y el Nobel que jamás obtuvieron, pero por dentro, lo que siento es que ni un ideograma se habrá de mover, de hecho, eso es una marca muy fuerte: cualquier cultura ha preferido la facilidad de la comunicación en su idioma, han accedido a silabarios y a alfabetos, menos los chinos, que siguen insistiendo en tener el idioma menos apto para la comunicación -ya que es tonal- y el más difícil del mundo.
- Me has contado alguna otra vez, aspectos de tu vida que se relacionan con tu profunda formación como cristiana. ¿Ello no condiciona tu mirada?
-Estoy acá porque descubro entre mis estudiantes a aquellos que no son el fuego devorado por los yuanes. Descubro entre sus preguntas y pequeños atrevimientos hacia el nuevo idioma las puertas que se van abriendo para un presente con nuevos sonidos y nuevas emociones por dar y recibir. Los maestros de todo el mundo hacemos esto, y creemos en la educación como una manera de ayudar a encontrar las propias claves en la vida diaria. El español, para estos alumnos chinos, es una compuerta de pasiones, de locura, de arte vivo, de gente por gozar, descubrir, habitar. Me quedaré en China por una carta que una alumna me dejo pegada en mi puerta en el año nuevo Chino: "Gracias a tu idioma ahora sé bailar. Gracias al español ahora mi risa es redonda y puedo decir muchas cosas que no podía decir en mi lengua. Gracias a vos ahora yo también quiero enseñar."

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