jueves, 19 de marzo de 2009

“Nariz compartida” - Rubén Damore






Ya son las cuatro de la tarde en Villanueva. Esta vez me llevó casi una hora maquillarme. No podía descuidar ni un detalle. Llegué a la plaza y una multitud de chicos y padres se encontraban repartidos entre hamacas, calesita y bicicletas que circulaban en derredor del sendero de la plaza.
Bajé de mi vieja F-100 67, con la valija y el amplificador. Acomodé todo lejos de la música ambiente para que no se mezclara con la mía.
Encendí el equipo y comencé con el embudo hecho en metal, a llamar a la gente:
“Ateeencioooón… llegó la hora de divertirseeee…, los espero a las 5 con muchas sorpresas…”
A esa hora, en punto, puse en marcha mi rutina . En el mismo momento, el Sportivo Villanueva arrancaba jugando un partido difícil y yo quería estar allá... pero mis ganas estaban puestas en entretener y juntar sonrisas y eso solo superaba a mi otra ansiedad.
Comencé a revolear por el aire bochas de colores, rojas, amarillas, azules, verdes... De reojo pude ver como los niños, sorprendidos, comenzaron a rodearme. A medida que me acercaba a ellos, con un guiño cómplice se sentaban y solos, solitos fueron armando la pista para darme el espacio suficiente. La magia los sorprendió gratamente y al grito unísono de un ‘AHHHH’, hacía aparecer de una chistera cosas extrañas: les había advertido que cuanto más gritaran, más sorpresas habría. Y a medida que las voces se elevaban, sacaba algo diferente: desde una pelota hasta un conejo. Cuando avancé con pequeños grotescos las risas fueron ganando a grandes y chicos.
Los ojos se abrieron grandes como el sol de la tarde cuando de un globo flaco, llenándolo de aire, alargándolo y retorciéndolo de aquí para allá, con ese ruido insoportable que generan los roces, un caniche color rojo saltó a la perfección entre mis manos…
La rutina finalizaba siempre cuando pintarrajeaba la cara de varios pibes y algunos padres corajudos que hacían de hazmerreír del público. La complicidad se había logrado.
Mientras la puesta en escena transcurría, por mi cabeza daba vueltas la misma pregunta:
-¿Como le estará yendo a los muchachos?
Ellos no sabían de esta locura de regalar alegría a los chicos, de retrasar la edad de los adultos, de hacerlos sentir pibes otra vez pero sí sabían que para mí el fútbol era cosa seria.
Ya por las 6 y media, saqué de la valija aquel viejo birrete que sufrió tanto frío y dolor por el 82 allá en Malvinas y que ahora me servía para recoger el agradecimiento de esas caras, de esos ojos que ahora me miraban felices, contrarrestando aquella desgracia creaqda por unos maniáticos inservibles.
Luego lo recaudado iba siempre al mismo destino: la cooperadora del hospital de Niños de la ciudad. Realmente era una fiesta y un placer vivir esos momentos.
A medida que pasaban los días, la pregunta era la misma: ¿el domingo, venís o no venís? Y evadía la respuesta hasta el viernes, momento en que me confirmaban donde podía actuar. Si ese fin de semana no actuaba, terminaba jugando de 5, como siempre, distribuyendo el juego y cortando sin piedad al 10 contrario. Era reconocido como duro e implacable. Y algunas veces hasta llegaba al gol. Pero nadie sabía, en realidad, como ocupaba mi tiempo libre.
Fue así cuando el segundo domingo de agosto, día del niño, se jugaba la final y solo un empate nos llevaría al título. Seríamos locales, imperdible ese partido pero…
El director del Hospital me pidió que efectuara una actuación memorable en Pediatría para palear un poco el dolor, la angustia de los pinchazos y colocar pinceladas de alegría y color en todos esos ojitos expectantes, quitarles el típico olor insoportable y perfumarlos con música.
¿Qué hacer? ¿ir a jugar la final y casi salir campeón o envolver a los chicos en una atmósfera de ilusión y magia?.
Decidí ir al hospital.
-No sabés como me tira el aductor derecho!!!! Le dije a Alberto, que me insistía siempre hasta último momento.
Claro, ese domingo todo se desarrolló de maravillas y las sonrisas regaladas por esas bocas sedientas de dulces, esas manos queriendo acariciar muñecas, esos pies queriendo recibir pelotas de cuero, fue mucho más que el fútbol de once y el título posible a conseguir.
Al finalizar, recogí la valija con mis pertenencias y salí. Con gran sorpresa me encontré con los muchachos que en la vereda me esperaban serios, con caras largas. Me habían descubierto…
Pedí disculpas y les dije que les iba a explicar todo.
-Lo sabíamos y ya hace mucho tiempo… pero nos gustaba este juego...
Al unísono cada uno se colocó una nariz colorada y Carlos, el capitán, de un bolso extrajo la copa.
-Este trofeo es el orgullo de nuestro equipo pero, sabés? vos realmente sos nuestro orgullo personal...
Estar apretado entre tantos brazos gigantes me hicieron sentir pequeño, casi nacer de nuevo y la vergüenza de mentir la reemplacé por esta hermosa señal de amor.

17-03-2009

Dedicado a José ‘Pepe’ Biondi (Era de mi barrio, sencillo, humilde y excepcional. En su tumba decía "Yo quería descansar acá porque acá están mis padres. Aquí empezó mi miseria y aquí quiero terminar."). Tema musical "Señal de amor", de Patricia Sosa.

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