miércoles, 25 de marzo de 2009

"Blancos Pañuelos" -Rubén Damore






No veo el cielo madre, sólo un pañuelo blanco.
No sé si aquella noche yo te estaba pensando
o si un perfil de sombras me acunaba en sus brazos,
pero entré en otra historia con el cielo cambiado.

No me duele la carne que se fue desgarrando,
me duele haber perdido las alas de mi canto,
las posibilidades de estar en el milagro
y recoger las flores que caen de tu llanto.

No quiero que me llores, mírame a tu costado,
mi sangre está en la sangre de un pueblo castigado,
mi voz está en las voces de los "iluminados"
que caminan contigo por la ronda de Mayo.

No quiero que me llores ahora que te hablo,
mi corazón te crece cuando extiendes las manos
y acaricias las cosas que siempre hemos amado:
la libertad y el alma de todos los hermanos.

No sé si aquella noche amanecí llorando
o si alguna paloma se me murió de espanto,
solo se que la vida, que me esperaba tanto
es el cielo que crece por tu pañuelo blanco.

Hamlet Lima Quintana

Dedicado a Gabriel Gestal, propulsor nato de la cultura argentina, defensor a ultranza de las libertades individuales y propagador del arte. Tema musical: "Blancos pañuelos", interpretado por Inés Estévez, Teresa Parodi, Jose Angel Trelles y el Grupo Coral Demos, dirigido por Gabriel Gestal.

jueves, 19 de marzo de 2009

“Nariz compartida” - Rubén Damore






Ya son las cuatro de la tarde en Villanueva. Esta vez me llevó casi una hora maquillarme. No podía descuidar ni un detalle. Llegué a la plaza y una multitud de chicos y padres se encontraban repartidos entre hamacas, calesita y bicicletas que circulaban en derredor del sendero de la plaza.
Bajé de mi vieja F-100 67, con la valija y el amplificador. Acomodé todo lejos de la música ambiente para que no se mezclara con la mía.
Encendí el equipo y comencé con el embudo hecho en metal, a llamar a la gente:
“Ateeencioooón… llegó la hora de divertirseeee…, los espero a las 5 con muchas sorpresas…”
A esa hora, en punto, puse en marcha mi rutina . En el mismo momento, el Sportivo Villanueva arrancaba jugando un partido difícil y yo quería estar allá... pero mis ganas estaban puestas en entretener y juntar sonrisas y eso solo superaba a mi otra ansiedad.
Comencé a revolear por el aire bochas de colores, rojas, amarillas, azules, verdes... De reojo pude ver como los niños, sorprendidos, comenzaron a rodearme. A medida que me acercaba a ellos, con un guiño cómplice se sentaban y solos, solitos fueron armando la pista para darme el espacio suficiente. La magia los sorprendió gratamente y al grito unísono de un ‘AHHHH’, hacía aparecer de una chistera cosas extrañas: les había advertido que cuanto más gritaran, más sorpresas habría. Y a medida que las voces se elevaban, sacaba algo diferente: desde una pelota hasta un conejo. Cuando avancé con pequeños grotescos las risas fueron ganando a grandes y chicos.
Los ojos se abrieron grandes como el sol de la tarde cuando de un globo flaco, llenándolo de aire, alargándolo y retorciéndolo de aquí para allá, con ese ruido insoportable que generan los roces, un caniche color rojo saltó a la perfección entre mis manos…
La rutina finalizaba siempre cuando pintarrajeaba la cara de varios pibes y algunos padres corajudos que hacían de hazmerreír del público. La complicidad se había logrado.
Mientras la puesta en escena transcurría, por mi cabeza daba vueltas la misma pregunta:
-¿Como le estará yendo a los muchachos?
Ellos no sabían de esta locura de regalar alegría a los chicos, de retrasar la edad de los adultos, de hacerlos sentir pibes otra vez pero sí sabían que para mí el fútbol era cosa seria.
Ya por las 6 y media, saqué de la valija aquel viejo birrete que sufrió tanto frío y dolor por el 82 allá en Malvinas y que ahora me servía para recoger el agradecimiento de esas caras, de esos ojos que ahora me miraban felices, contrarrestando aquella desgracia creaqda por unos maniáticos inservibles.
Luego lo recaudado iba siempre al mismo destino: la cooperadora del hospital de Niños de la ciudad. Realmente era una fiesta y un placer vivir esos momentos.
A medida que pasaban los días, la pregunta era la misma: ¿el domingo, venís o no venís? Y evadía la respuesta hasta el viernes, momento en que me confirmaban donde podía actuar. Si ese fin de semana no actuaba, terminaba jugando de 5, como siempre, distribuyendo el juego y cortando sin piedad al 10 contrario. Era reconocido como duro e implacable. Y algunas veces hasta llegaba al gol. Pero nadie sabía, en realidad, como ocupaba mi tiempo libre.
Fue así cuando el segundo domingo de agosto, día del niño, se jugaba la final y solo un empate nos llevaría al título. Seríamos locales, imperdible ese partido pero…
El director del Hospital me pidió que efectuara una actuación memorable en Pediatría para palear un poco el dolor, la angustia de los pinchazos y colocar pinceladas de alegría y color en todos esos ojitos expectantes, quitarles el típico olor insoportable y perfumarlos con música.
¿Qué hacer? ¿ir a jugar la final y casi salir campeón o envolver a los chicos en una atmósfera de ilusión y magia?.
Decidí ir al hospital.
-No sabés como me tira el aductor derecho!!!! Le dije a Alberto, que me insistía siempre hasta último momento.
Claro, ese domingo todo se desarrolló de maravillas y las sonrisas regaladas por esas bocas sedientas de dulces, esas manos queriendo acariciar muñecas, esos pies queriendo recibir pelotas de cuero, fue mucho más que el fútbol de once y el título posible a conseguir.
Al finalizar, recogí la valija con mis pertenencias y salí. Con gran sorpresa me encontré con los muchachos que en la vereda me esperaban serios, con caras largas. Me habían descubierto…
Pedí disculpas y les dije que les iba a explicar todo.
-Lo sabíamos y ya hace mucho tiempo… pero nos gustaba este juego...
Al unísono cada uno se colocó una nariz colorada y Carlos, el capitán, de un bolso extrajo la copa.
-Este trofeo es el orgullo de nuestro equipo pero, sabés? vos realmente sos nuestro orgullo personal...
Estar apretado entre tantos brazos gigantes me hicieron sentir pequeño, casi nacer de nuevo y la vergüenza de mentir la reemplacé por esta hermosa señal de amor.

17-03-2009

Dedicado a José ‘Pepe’ Biondi (Era de mi barrio, sencillo, humilde y excepcional. En su tumba decía "Yo quería descansar acá porque acá están mis padres. Aquí empezó mi miseria y aquí quiero terminar."). Tema musical "Señal de amor", de Patricia Sosa.

miércoles, 11 de marzo de 2009

"Res non verba" ("Hechos, no palabras") -Rubén Damore



Hola, estoy casi seguro que no me conocen Me voy a tomar el trabajo de contarles mi vida y piensen si mis andanzas les gustaron o no, sirvieron o solo fueron quimeras...
Como no podía ser de otra manera, nací un 22 de noviembre, un ‘Santa Cecilia’, patrona de la música, en la provincia querida de Entre Ríos. Corría el año 1859, o sea que este año cumpliría la friolera edad de 150 años, uy Dios!! Cuantos años para una dama...
Mi papá tenía un campo allí pero una enfermedad hizo que él me dejara para siempre. Yo, que me encontraba haciendo la escuela primaria en Buenos Aires tuve que regresar urgente para colaborar con la economía familiar dándole una mano a mamá, maestra de escuela rural.
De ambos heredé el coraje y el empeño, el respeto y la necesidad de educar. Fue así que, de regreso a Buenos Aires me recibí en el Normal 1 como Maestra de Grado Primario. Ya tenía 19 años y el Director General de Escuelas de esa época, Don Domingo Faustino Sarmiento, me ofreció un cargo en una escuela de varones.
Tuve una gran amiga, Amelia Kenig, con quien compartía los atardeceres y la vida, pero una enfermedad que contrajo provocó un profundo cambio en mi vida y decidí ingresar a la Facultad de Medicina. Ya tenía 23 años pero a los 27 una epidemia de cólera azotó a Buenos Aires y puse manos a la obra, aún siendo estudiante, en el Hospital Muñiz junto a doctores con nombres hoy famosos como Penna y Estévez.
A los 30 y luego de sortear muchísimas trabas de una sociedad extensamente machista, me gradué de médica cirujana pero claro, sin poder cumplir mi objetivo que era curar a mi amiga Amelia, quien falleció poco después. Sentí el raro y triste privilegio de ser la primer mujer graduada en la UBA con una tesis sobre las histero-ovariotomías efectuada en el Hospital Rivadavia.
Sufrí el ridículo y el aislamiento al ser la única mujer de la Facultad y encima, luego de de recibida, tuve que dar una prolongada batalla legal para poder ejercer. Igual me gradué.
Inicié mis actividades como obstetra y ginecóloga en el Hospital San Roque (hoy el Ramos Mejía) . Pero Dios me hizo tan inquieta que no pude con mi genio y fundé la Primera Escuela de Enfermeras, única en Sudamérica y además instituí el uniforme que luego fue adoptado en otros países latinoamericanos... ahh!!! y de paso la Sociedad Argentina de Primeros Auxilios que luego se unió a la Cruz Roja Argentina.
Abrí un consultorio privado pero varios de beneficencia. No podía descansar por todo lo que había que hacer por este país y la salud. Armé planes de salud y empecé a recorrer el país para que muchos pueblitos tuvieran su salita de primeros auxilios. ¿Y saben que logré? Conseguí que impusieran el uso de alarma en las ambulancias! Hasta ese momento era de uso exclusivo de los bomberos.
También armé un equipo que realizó la primera cesárea en la Argentina y 2 años después me presenté en el concurso para cubrir el cargo de suplente en la cátedra de obstetricia para parteras... pero el concurso se declaró desierto porque... en esa época las mujeres éramos excluídas de la docencia universitaria...
Eso no me amilanó, ni ahí. No me quedé quieta ni un minuto. Dicté cursos, publiqué algunos libros y me ocupé para que se mejoraran las condiciones laborales de las enfermeras. ¿Adivinen que hice por la discriminación femenina? Estudié detenidamente el Código Civil y logré demostrar que las mujeres teníamos status de niños en la Argentina. Luego de tanto pelearla, pude ver algunos cambios... Presidí el Congreso Argentino de Mujeres Universitarias y el 1er Congreso Feminista Internacional de la Argentina para tratar la situación de las mujeres en temas sociales, educativos y legales.
Fundé el Consejo Nacional de Mujeres, la Asociación Obstétrica Argentina y el Liceo de Señoritas. En 1905, a los ya 46 años, creé al Instituto Argentino para Ciegos.
Y ya a mis 57 me retiré de la docencia y me fui a vivir mis últimos años humildemente a una casita que adquirí en un pueblito de Córdoba, rodeada de sierras dulces y acogedores aromas, allá en Los Cocos. Ahí me hice escultora, pintora y hasta gimnasta.
Pero como no pude con mi genio y sabía que no me podía llevarme nada al otro lado, doné mi casa para que se construya allí una escuela.
Y un día volé con la libertad de los pájaros. Me fui al lugar donde todos iremos alguna vez pero con muchos sueños cumplidos y algunos, claro, sin cumplir, pero eso sí, siempre fui fiel a mi palabra.
Y sigo revoloteando inquieta por este mundo y, les puedo asegurar, que esto de la palabra noto que es muy difícil de cumplir.
Todos debemos tener igualdad de oportunidades y libertad de elección. Les pido algo, no discriminemos más, ¿saben por qué? Porque así de fácil se construye un país.

Dedicado a CECILIA GRIERSON, Primera médica argentina. Tema musical: "El país de la libertad", León Gieco.


jueves, 5 de marzo de 2009

"Una porción de sol" - Rubén Damore


Ese viernes nos levantamos con mucha tormenta y con la triste noticia que la escuela de la ciudad, la que está frente a la plaza, había sido robada, incendiada y casi destruida por vándalos, llamémoslos DELINCUENTES subrayado y en mayúsculas, son aquellos que carecen del elemento vital: educación.
Por la radio y la TV se hablaba solamente de imponer mano dura, de blindar el edificio, de la ineficacia del gobierno de turno ante la delincuencia y no se cuantas cosas más... pero ninguna de las noticias habló de la reconstrucción y de ellos... de los pibes que debían comenzar sí o sí el primer lunes de marzo.
Mi hijo, que iniciaba su primer año en esa escuela, me preguntó:
-¿Y entonces pa? ¿Que va a pasar? ¿No hay más escuela?
-Si, te aseguro que va a haber y más y más escuelas y la tuya va a ser la más bonita, le respondí con voz casi quebrada.
Me quedaba poco tiempo. No podía ponerme del lado de los enviados de la crítica, de los que se envolvían de pesimismo. Arranqué el sábado cuando ya las nubes parecían escaparle a un cielo que comenzaba a asomarse. Desde la ventana entraba el fresco y el olor a tierra húmeda pero nada me distrajo. Imprimí varios carteles, los pegué en los comercios del barrio, algunos mandé por debajo de las puertas de los vecinos y puse otros hasta en los postes de luz.
“Yo me animo a reconstruir la escuela, el lunes a las 19hs te espero allá”.
Ese lunes, ya pasadas las siete y media éramos como veinte. Había algunos padres y vecinos y hasta la directora enterada de la movida, también concurrió y abrió su corazón más grande que las puertas de la escuela. En una fotografía horrible, vimos la destrucción de la educación, la quema de libros intencional y las heridas en las paredes negras que se podían sentir en el cuerpo.
En un par de horas decidimos y organizamos la tarea. Había que comprar ladrillos, pinturas, rearmar pizarrones, pupitres, muebles, la biblioteca!!! Reponer los libros quemados... que tristeza verlos derramados como pan negro en el piso...
Pero aún teníamos diez días.
Al correr la noticia se fueron sumando brazos, ayuda y respaldo. Comenzaron a aplacarse las invectivas. El corralón del barrio donó parte de los materiales de construcción, el carpintero y un par más repararon como pudieron pizarrones, bancos. La albañilería y la pintura quedaron a nuestro cargo con algunas maestras que también se habían sumado y hasta algunos chicos que se encargaron de sacar escombros.
Daba gusto ver como había quedado a casi veinticuatro horas del primer lunes de marzo.
El edificio relucía por fuera y por dentro. La biblioteca fue rearmada con libros nuestros y mangueados por doquier a todo aquel soñador de letras que se cruzara por nuestro camino.
La noche del domingo anterior me rendí al sueño plácido que da el gusto de ver las cosas hechas a pesar de las heridas.
-Ahora debemos actuar nosotros... le dijo un duende al otro.
-Es nuestra hora. Ellos hicieron lo suyo y de nosotros depende el encantamiento y darle a esto el toque final, terminar de una vez con el daño causado por ese dragón devastador. Convocaré a los ángeles, aquellos que nos pueden dar la mano infinita que nos falta.
-Manos a la obra! Gritó otro.
-Los pibes merecen que este lugar los cautive, los encante, los eduque para un país mejor, alegó uno barbudo, de rostro añejo.

Ese lunes bien temprano, con todos los guardapolvos alineados y nosotros detrás, la directora deshizo su discurso de hielo de cada año para enmarañarse en uno bien radical donde sus últimas palabras hablaban sobre la solidaridad como base de la educación y pidió que tanto maestros como padres elevaran las palmas de sus manos al cielo porque ALGUIEN muuuy importante se iba a encargar de curar llagas y callos.
Cuentan quienes casualmente pasaron la madrugada anterior por la esquina de la escuela que por segundos se vieron relámpagos en algunas aulas y algunos arriesgaron hablar hasta de una luz infinita que pareció iluminar el patio central.
Le echaron la culpa a la luna llena... pero eso yo no lo creo...
En una de las paredes del patio que había quedado blanca como el resto, ahora tenía los colores del arco iris y en el medio decía:

“La solidaridad es la ternura de los pueblos”.
Dedicado a la memoria de Rosa, MI Rosita, maestra de sexto grado que partió el lunes pasado para dar clases a los duendes que habitan la eternidad mezclando, seguramente, su frescura, su ternura y su picardía con el arte y el amor.
Tema musical: "El misterioso Dragón" de Víctor Heredia